(En español más abajo)
OK, I’m fully aware that I made everybody cringe with yesterday’s pictures, so I will be a nice boy today…
Historically, every time that anybody in the family had a wiggly tooth, they would come to Dad for help, for different reasons. The most important one was of course the monetary reason: the impending loss of a tooth would guarantee a visit from the mice (in Argentina) or the ‘Tooth Fairy’ (in Canada), which in spite of the physical distance would operate the same way, obviously due to them being unionized: they would take the tooth and the letter if there were one, and then leave some small cash in return, unless it had been established that the person who had just lost a bicuspid had been accused of having poor dental hygiene habits. In that case, neither the mice nor the Tooth Fairy would leave a penny. Or even worse, they would leave a toothbrush.
The second reason for which the kids would come to me was that my wife just couldn’t even think about a loose tooth; it would make her puke! Her horrified faces when watching one of our poor innocent little kids open their mouth and expose a tooth that was literally connected through a thread of goober were legendary. So, who would come to the rescue? Me!!!
The method was always the same, I would take a short thread and wrap it around the tooth, then ask them if they wanted to pull themselves. Most of the cases, I would get a ‘no’ for an answer, so then I would still fool them: I would say ‘I’m going to count up to three’ only to pull as I’m saying ‘two’. Sometimes, like in this case with Flor, I pulled as I’m saying ‘one’ and Flor pulled as well.
Flor wasn’t impressed at all, she was more scared because of the faces her Mom was making than because of the possibility of pain and/or blood. Once the ‘surgery’ was over, she put her tooth in a Ziploc bag and wrote the letter below.
She was very happy the following morning, when she saw the many coins that the Tooth Fairy had left under the pillow… (Hey, what do you mean ‘cheapskate’, have you forgotten that we have $2 coins in here?)
Dear Tooth Fairy: Today I lost a tooth, it was cool. So I put it in a bag and ‘undr’ my pillow so I can show my ‘classmets’ the money and the bag. | Querida Tooth Fairy: Hoy perdí un diente, estuvo cool. Así que lo puse en una bolsita y bajo mi almohada, así mañana les muestro la plata y la bolsa a mis compañeritos. |
OK, ya los fruncí a todos con mis fotos de ayer, así que hoy me voy a portar bien…
Históricamente, cada vez que hubo un diente flojo en la familia, los chicos recurrieron a su padre por diversos motivos. El más importante, por supuesto, era el monetario: la pérdida inmediata de un diente garantizaba la visita de los ratones (en Argentina) o el ‘Tooth Fairy’ (en Canadá), los que a pesar de la distancia física operaban de igual manera, sin dudas por pertenecer a un mismo gremio: se llevaban el diente y la carta si hubiera alguna, y dejaban algún dinerillo a cambio, a no ser que se haya establecido que la persona que había perdido su incisivo estaba desarrollando una pobre higiene dental, en cuyo caso ni los ratones ni la Tooth Fairy dejaban un mango. O mucho peor (casi diría pior), dejaban un cepillo de dientes.
El segundo motivo por el cual los chicos venían a mí era sencillamente que mi esposa no podía ni siquiera pensar en un diente flojo sin que se le aflojaran las piernas a ellas. Sus caras de asco al ver a uno de nuestros inocentes polluelos abrir la boca y mostrar un diente que esta literalmente pendiendo de un hilo de baba son legendarias. Entonces, quién podrá ayudarlos? Yo!!!
El método es siempre el mismo, les enrosco un hilo de coser alrededor del diente y les pregunto si se animan a tirar de él. Como la mayoría de las veces la respuesta es ‘no’, entonces los engaño: les digo que voy a contar hasta tres, e invariablemente tiro en el momento en que digo ‘dos’. A veces, como en el caso de Flor, lo hice mientras decía ‘uno’ y ella tiraba del piolín conmigo.
Flor no se impresionó para nada, estaba más asustada por ver las caras de la madre que por lo que podía doler el procedimiento o la sangre que le iba a salir. Una vez terminada la ‘cirugía’, puso su diente en una bolsita Ziploc y escribió la carta que se muestra más arriba.
Al día siguiente se puso muy contenta al ver que le habían dejado montones de monedas bajo la almohada… (Hey, no tanto ‘qué miserable’, no se olviden que en Canadá tenemos monedas de dos dólares!)
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