One day, my uncle and aunt organized a barbeque at my grandfather Pepe's farm, to which they invited all of their friends. Since I practically 'lived' there at the time, I also attended. I would be around seven or eight years old at that time.
Along with Pepe and my cousin Cristian, I had been working a lot to prepare a big open area we had near the entrance, so it would be levelled and clean. The idea, of course, was to transform that into a soccer field.
Once the field was levelled and free of weeds and other plants, we brought some huge wooden posts that Pepe got and placed them vertically inside some very deep holes we had dug not without effort. But that was the 'easy' part, because we then had to put the crossbar! I won't go into details, but imagine two kids, aged 8 and 9, helping a 70-ish year old guy to place and tie a 3 metres long wooden post that is hanging two metres from the ground! Incredibly, it was a resounding success and the nets looked impeccable. They didn't have a net, actually, but still looked 'real'.
Coming back to the subject of this story, my uncle and his friends organized an impromptu soccer game right after lunch that day. Truthful to the Argentine tradition, the best two players proceeded to pick their teammates through the system we call 'bread and cheese': they stood facing each other and then moved forward, taking very short steps one at a time, until one steps onto the other guy's foot. After that, they proceeded to pick their future teammates one at a time: "Carlos", "Juan", "Enrique", "Ernesto"... even Pepe played that day, with long pants and black shoes, because they needed an even number of players.
The game started right away, but there was something odd: not everybody in there was an adult. Right in the middle of that group of thirty-somethings, there was a little guy trying to hit that ball as hard as everybody. Yes, of course it was me. I had asked so many times, that they ended letting me play. It didn't matter which team I played for, because I was so little (and played so bad), that my contribution would surely go unnoticed...
I kept trying anyway, even though the ball seemed to be smart enough to avoid me every time it came near my feet. Truth be told, I was a disastrous player, and my presence on the field was turning the game into 'soccer with obstacles' for the rest. But I never stopped trying.
Just when I was about to lost my hope and was already planning to leave the field, the incredible happened. There was a corner kick for my team, and I went forward as if my presence would be a threat. My chances of scoring via a header were slim to none, so I stood just outside the box.
They took the corner kick and somebody tried to connect a header, unsuccessfully. A defender cleared the ball badly, and the ball rolled very slowly towards me. I didn't give it a lot of thought, and just hit the ball with all my strength, with a toe punt. The ball went in between hundreds, thousands of legs and to my surprise, went into the net.
"Gooooal!", everybody shouted. And "gooooal!" I screamed too, off the top of my lungs, running around like crazy. It was dark already, so there was little time left for the game. I might have scored the winning goal for my team!
My uncle, who hadn't seen the play, stopped me and asked me: "Who scored?", maybe thinking about going to tease the scorer. To his surprise, I replied: "Me!" and resumed my celebrations.
I remember the stupefied look my uncle gave me, as well as many others. Even more, I believe I left the field immediately afterwards, to continue enjoying my success. I had met my goal already.
Cierta vez, mis tíos organizaron un asado en la quinta del abuelo Pepe, al que invitaron a todos sus amigos. Como yo prácticamente ‘vivía’ allí, también fui. Yo tendría unos siete u ocho años por entonces.
Junto a Pepe y mi primo Cristian, yo había estado trabajando mucho para arreglar un descampado que había a la entrada de la quinta y dejarlo alisado y limpio. La idea, por supuesto, era hacer una cancha de fútbol.
Una vez que el terreno quedo parejito y libre de malezas y yuyos, trajimos unos postes inmensos que Pepe consiguió y los introdujimos de punta en unos pozos bastante profundos que habíamos hecho no sin esfuerzo. Y ésa fue la parte ‘fácil’ del asunto, porque después hubo que poner el travesaño. No voy a abundar en detalles, pero imagínense a dos chicos de entre ocho y nueve años ayudando a uno de casi setenta a colgar y sujetar un poste de madera de varios metros de largo! Increíblemente, todo fue un éxito y los arcos lucieron impecables. No tenían red, pero igual parecían ‘de verdad’.
Volviendo al tema de este cuento, mi tío y sus amigos organizaron un partido de fútbol un par de horas después del almuerzo. Fieles a la tradición argentina, los dos mejores jugadores procedieron a elegir sus equipos mediante el sistema del ‘pan y queso’: se pusieron frente a frente, y avanzaron con pasitos mínimos hasta que uno pisó al otro. Entonces, uno por vez, eligieron a sus futuros compañeros: “Carlos”, “Juan”, “Enrique”, “Ernesto”… Hasta el abuelo Pepe jugó ese día, de pantalón de vestir y zapatos negros, porque precisaban un número par de jugadores.
Enseguida comenzó el partido, pero había algo extraño: no todos eran adultos. Metido entre ese grupo de treintañeros, había un chiquito tratando de pegarle a la pelota como el que más. Sí, por supuesto, era yo. Había ‘hinchado’ tanto, que me habían permitido jugar. No importaba mucho para que equipo lo hiciera, porque entre mi escasa edad y tamaño y lo mal que yo jugaba, poco iba a afectar…
De todas maneras yo seguí intentando, aunque la pelota se empecinaba en rebotar cada vez que se acercaba a mis pies. La verdad sea dicha, yo era un desastre, y que yo estuviera en la cancha se iba convirtiendo poco a poco en un obstáculo para los demás. Pero nunca dejé de intentar.
Cuando ya estaba empezando a perder las esperanzas y planeaba irme, sucedió lo increíble. Hubo un corner a favor de mi equipo, y yo me fui al ataque como si mi presencia pudiera resultar amenazante. Mis chances de hacer un gol de cabeza eran bien pocas, así que me paré justo afuera del área grande.
Patearon el corner y alguien intentó cabecear sin éxito. Un defensor rechazó defectuosamente y la pelota rodó en forma muy lenta en dirección hacia donde yo me encontraba. No lo pensé demasiado y le pegué ‘con alma y vida’ con la punta del pie (en Argentina le decimos ‘pegarle de puntín’). La pelota pasó entre cientos, miles de piernas y para mi enorme sorpresa, se introdujo en el arco.
“Goooool!” gritaron todos. Y “goooool!” grité yo también, tan fuerte como pude, corriendo enloquecido. Ya casi atardecía, así que quedaba poco para que terminara el partido. Mi gol tal vez haría ganar a mi equipo!
Mi tío, que no había visto la jugada, me paró y me preguntó: “Quién lo metió?” tal vez pensando en ir a bromear con quien fuera el autor del tanto. Para su sorpresa, le conteste: “Yo!” y seguí festejando.
Me acuerdo de la cara de estupor de mi tío y también de muchos otros. Es más, creo que me fui de la cancha casi enseguida, a seguir disfrutando de mi logro. Ya había cumplido con mi objetivo.
Golazo, Gaby... Esos momentos son dignos de atesorar...
ReplyDeleteMe imagino la cara de los mas grandes...
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